Una cierta justicia by P. D. James

Una cierta justicia by P. D. James

autor:P. D. James [James, P. D.]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Novela, Intriga, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 1997-06-22T16:00:00+00:00


Capítulo 22

Desmond Ulrick solía trabajar hasta tarde todos los jueves y no vio razón para variar su rutina. La policía había cerrado y precintado el despacho donde se había perpetrado el crimen, y se había llevado la llave. Ulrick trabajó hasta las siete, se puso el abrigo, guardó los papeles que necesitaba en su maletín, conectó la alarma y se marchó después de cerrar la puerta principal con llave.

Residía solo en una casa pequeña situada en Markham Street, en el barrio de Chelsea. La familia se había mudado allí después de que su padre se jubilara de su empleo en Malasia y Japón, y él había vivido con sus progenitores hasta la muerte de ambos, sucedida cinco años antes. A diferencia de la mayoría de los emigrantes, no habían traído consigo recuerdos de su época en el exterior, a excepción de algunas delicadas acuarelas, de las que ahora quedaban unas pocas, ya que Lois se había encaprichado con ellas. Su sobrina poseía una rara habilidad para apropiarse de todos los objetos bonitos que veía en Markham Street.

Los padres de Desmond habían decorado la vivienda con algunos muebles de los abuelos y comprado el resto en las casas de subastas más baratas de Londres, de modo que vivía entre piezas de caoba del siglo XIX, grandes sillones y aparadores con intrincadas tallas y tan pesados que a veces tenía la impresión de que el suelo se desmoronaría bajo su peso. Todo continuaba tal como su madre lo había dejado cuando se la habían llevado en ambulancia para su última y fatal operación. Desmond no pretendía ni deseaba modificar un voluminoso legado en el que ya ni siquiera se fijaba y que de hecho rara vez veía, pues pasaba la mayor parte del tiempo en su estudio de la planta alta. Allí había instalado el escritorio que poseía desde su época de estudiante en Oxford, una silla de respaldo alto y curvo, una de las adquisiciones más acertadas de sus padres, y su biblioteca, meticulosamente catalogada y ordenada en estantes que cubrían tres paredes, desde el suelo hasta el techo.

La señora Jordan, la asistenta que acudía tres veces a la semana, tenía prohibido entrar en el estudio, pero limpiaba a conciencia el resto de la casa. Era una mujer taciturna y corpulenta, con una energía sorprendente. Enceraba y lustraba los muebles hasta que brillaban como espejos y el penetrante aroma de la cera de lavanda recibía a Desmond cada vez que abría la puerta e impregnaba todas las habitaciones. A veces se preguntaba, aunque sin mayor curiosidad, si su ropa también olería a cera. La señora Jordan no cocinaba para él. Una mujer que atacaba a la caoba como si se tratara de un enemigo no podía ser una buena cocinera, y no lo era. Sin embargo eso no suponía una gran preocupación para Desmond, ya que el barrio estaba bien provisto de restaurantes y cenaba fuera la mayoría de las noches. En sus dos establecimientos favoritos lo recibían con deferencia y lo acompañaban a su mesa habitual, aislada del resto.



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